Por: Jesrel Rivera
Latinoamérica
en movimiento (SINDICALISMO)
Las
dificultades que plantea el uso de las palabras "clase trabajadora" o
"movimiento obrero" al hablar, o mejor escribir, de la historia de
América Latina a partir del año 1930 resulta una tarea compleja.
En
primer lugar porque la utilización del término clase trabajadora, supone una
homogeneidad de origen social, actitud, organización, imposible de justificar
en muchos casos. En otros, como en el caso un fuerte sentimiento de identidad de clase
estuvo vinculado a claras orientaciones políticas.
Lo
cierto es que ciertas categorías o grupos de trabajadores terminaron
definiéndose, o siendo definidos por otros, como una clase trabajadora y las
consecuencias de esa definición cultural afectaron y modificaron su forma de
pensar el mundo y actuar en él.
Sin
embargo muchos trabajadores latinoamericanos se veían a sí mismos en términos
más difusos, dentro de una categoría social mayor: "los pobres",
"el pueblo".
Estas
formas diversas de identidad social y sus luchas políticas, han sido un
elemento fundamental en la organización del movimiento obrero en América
Latina, más precisamente los sindicatos.
Para
empezar ¿Que es un sindicato? Veamos su significado etimológico: la palabra
sindicato tiene sus orígenes en la antigua Grecia. Síndico es un término que
empleaban los griegos para denominar al que defiende a alguien en un juicio.
Más adelante se utilizó la palabra síndico para denominar aquello que afectaba
a la comunidad o que era comunitario. La palabra está formada por el prefijo
syn, que significa "con", más dike que quiere decir
"justicia".
Es
así como la palabra sindicato deriva de síndico y de su equivalente latino
syndicus que significa "con justicia"; así se le designaba a la
persona encargada de defender los intereses de un grupo de personas, o sea el
procurador dedicado a la defensa de una corporación.
Desde
la definición más estricta del Derecho Colectivo del Trabajo, el sindicato es
una forma asociativa con características peculiares que nace del interés
colectivo explícito de una pluralidad de personas para llevar adelante la
realización de intereses considerados comunes.
La
importancia de la política gubernamental siempre ha sido alta para los
trabajadores organizados en América Latina y ha hecho que el interlocutor
directo fuese el estado más que la patronal. Los actos de los sindicatos han
ido dirigidos mayormente al estado, y las estrategias básicamente han sido de
enfrentamiento o cooperación.
En
los años treinta y cuarenta las exigencias de ampliación de la ciudadanía
estuvieron estrechamente vinculadas a las luchas a favor de la
institucionalización de los sindicatos obreros, que se consideraron a sí mismos
como los representantes de las aspiraciones de una entidad mayor: “el pueblo”.
La ciudadanía significaba, además del derecho al voto (masculino), el derecho a
la dignidad personal y a un nivel de vida apropiado.
Las
repercusiones políticas de la crisis económica de 1929 afectaron profundamente
a la población trabajadora de América Latina al surgir la industrialización por
sustitución de importaciones, cambiando la manera de centrar la atención en los
conflictos políticos y económicos.
En
el terreno político se lanzó una ofensiva general contra la dominación
oligárquica y los sindicatos debieron reorientarse de acuerdo con estos nuevos
movimientos políticos.
Durante ese periodo los
líderes socialistas ocuparon la posición dominante dentro del sindicalismo ,
sobre todo en los sindicatos ferroviarios. Pero también los comunistas lograron
un avance importante en los sindicatos de la industria cárnica, la
construcción, textiles y metalúrgicos.
Atrás quedaba la fase
de un “sindicalismo heroico”, combativo y contestatario formado por inmigrantes
de la Europa pobre, que venían huyendo del hambre pero también de las
experiencias autoritarias en sus países de origen, y que trajeron consigo un
rechazo casi genético a la autoridad y que protagonizaron reclamos organizados
inéditos en el contexto latinoamericano como las huelgas de la Patagonia
liderada por los anarquistas.
Cuando
Perón asumió la Secretaria de Trabajo y Previsión en 1943, estableció una serie
de derechos laborales y logro encolumnar a casi todos los sindicatos bajo el
paraguas del estado.
La
estrategia peronista consistió en hostigar a los sindicatos independientes
(léase no peronistas), fundar sindicatos paralelos y utilizar la influencia del
Ministerio de Trabajo para recompensar con aumentos salariales a los sindicatos
peronistas. El precio pagado por los sindicatos fue la paulatina sumisión al
estado y la señal más clara de esto fue la promulgación de los “derechos del
trabajador” que no contemplaba el derecho a huelga.
Basta
recordar el desmantelamiento de la red ferroviaria y el aumento del comercio
regional en el Mercosur para encontrar a los primeros en el crecimiento del
gremio de los camioneros; y el achicamiento del rol del estado para encontrar a
los segundos, docentes y estatales. No es casual que la CTA haya surgido de
allí.
A
esta altura queda claro que el sindicalismo argentino no da puntadas sin hilo.
A las clásicas concesiones, por cierto bien peronistas, como el monopolio de la
conducción, el control de las obras sociales y el manejo de enormes recursos,
surgieron otras nuevas de inspiración menemistas como la participación de los
sindicatos en nuevos negocios: trenes, salud, aseguradoras de riesgo de
trabajo, etc. Nacía el sindicalista-empresario negociador del sudor de sus
representados.
Tras
la crisis de los años 2001 y 2002 el país se puso en pie de movilización, se
levantaron sus sectores más vulnerados, los pobres más pobres, los in-visibles.
Por la misma época en el resto de Latinoamérica y antes también, surgieron los
llamados movimientos sociales, que no son representados por ningún sindicato
por la sencilla razón de no tener trabajo.
El
panorama actual del sindicalismo es más
impredecible de lo que parece, por lo menos en su relación con “los
peronismos”. kirchnerismo, hoy Cristinismo, es un fenómeno que según los
analistas, no encaja en ningún parámetro de la ortodoxia sociológica y
politológica y que no tiene parangón en ninguna parte del mundo.
Además
de la escasa renovación en la dirigencia poco han implementado en sus
estrategias que siguen siendo las viejas de colaboración o enfrentamiento.
También mantienen sus viejas estructuras. En primer lugar un sindicalismo que,
salvo excepciones, es verticalista, acumulador de poder, escasamente
democrático, negador del rol de las minorías (esto incluye a las mujeres).
Desde
los comienzos de la organización del movimiento obrero, el camino recorrido por
los sindicatos ha sido sinuoso y no exento de escollos. Las conquistas obtenidas
por los trabajadores inmensas. Mucho se ha conseguido, es verdad y también
queda mucho por hacer; empezando por legitimar la ostentación del título de
representantes de los intereses comunes de los trabajadores.
Nadie
pone en duda que el sindicato es una categoría socio- histórica y que, como
tal, sufre ambiguos procesos de formación y transformación a medida que hace su
historia y se transforma la sociedad de la que es expresión parcial.
Forman
parte de la historia de una sociedad concreta, que se encuentra a su vez en
continuo proceso de cambio, y el contexto en que se desarrollan impone límites
y restricciones a sus estrategias.
No
se intentó en estas páginas poner en categorías de "bueno" y
"malo" a los sindicatos ni a sus estrategias y formas de actuación.
Sí poner en relieve, por un lado, la posibilidad de ver que en nuestro país han
existido cambios sustantivos que fueron acompañados por actores sociales que,
al mismo tiempo, y como si se tratara de una burla del destino, se han visto
claramente perjudicados. Nos referimos al conjunto de los trabajadores y sus
organizaciones.
Los
costos políticos internos pagados por el sindicalismo ha sido, creemos, demasiado alto: desafección
de las bases, caída de la participación, desaparición de listas alternativas,
baja participación en las elecciones. Costos que, por otro lado, presumimos, no
se compensan con los beneficios que pudo haber obtenido.
Por
otro lado creemos que sí hubieron dirigentes gremiales dispuestos defender el
interés de sus representados, no por su “bondad”, sino por contar con canales
abiertos de participación y discusión que hacen imposible la imposición
unilateral de decisiones y estrategias.
BIBLIOGRAFÍA ·
· “Historia
Latinoamericana 1700-2005”.
Gallego, Eggers-Brass, Gil Lozano.
Editorial Maipue.
· “Estudios sobre
los orígenes del peronismo”
Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero.
Editorial siglo veintiuno editores Argentina.
· “Historia de
América Latina” “Política y sociedad desde 1930”
Leslie Bethell. Tomo 12.
Editorial Cambridge
University Press. Crítica.