domingo, 8 de octubre de 2017

Latinoamérica en movimiento (SINDICALISMO)

Por: Jesrel Rivera

Latinoamérica en movimiento (SINDICALISMO)

Las dificultades que plantea el uso de las palabras "clase trabajadora" o "movimiento obrero" al hablar, o mejor escribir, de la historia de América Latina a partir del año 1930 resulta una tarea  compleja.
En primer lugar porque la utilización del término clase trabajadora, supone una homogeneidad de origen social, actitud, organización, imposible de justificar en muchos casos. En otros, como en el caso  un fuerte sentimiento de identidad de clase estuvo vinculado a claras orientaciones políticas.
Lo cierto es que ciertas categorías o grupos de trabajadores terminaron definiéndose, o siendo definidos por otros, como una clase trabajadora y las consecuencias de esa definición cultural afectaron y modificaron su forma de pensar el mundo y actuar en él. 
Sin embargo muchos trabajadores latinoamericanos se veían a sí mismos en términos más difusos, dentro de una categoría social mayor: "los pobres", "el pueblo".
Estas formas diversas de identidad social y sus luchas políticas, han sido un elemento fundamental en la organización del movimiento obrero en América Latina, más precisamente los sindicatos.
Para empezar ¿Que es un sindicato? Veamos su significado etimológico: la palabra sindicato tiene sus orígenes en la antigua Grecia. Síndico es un término que empleaban los griegos para denominar al que defiende a alguien en un juicio. Más adelante se utilizó la palabra síndico para denominar aquello que afectaba a la comunidad o que era comunitario. La palabra está formada por el prefijo syn, que significa "con", más dike que quiere decir "justicia".
Es así como la palabra sindicato deriva de síndico y de su equivalente latino syndicus que significa "con justicia"; así se le designaba a la persona encargada de defender los intereses de un grupo de personas, o sea el procurador dedicado a la defensa de una corporación.
Desde la definición más estricta del Derecho Colectivo del Trabajo, el sindicato es una forma asociativa con características peculiares que nace del interés colectivo explícito de una pluralidad de personas para llevar adelante la realización de intereses considerados comunes.
La importancia de la política gubernamental siempre ha sido alta para los trabajadores organizados en América Latina y ha hecho que el interlocutor directo fuese el estado más que la patronal. Los actos de los sindicatos han ido dirigidos mayormente al estado, y las estrategias básicamente han sido de enfrentamiento o cooperación.
En los años treinta y cuarenta las exigencias de ampliación de la ciudadanía estuvieron estrechamente vinculadas a las luchas a favor de la institucionalización de los sindicatos obreros, que se consideraron a sí mismos como los representantes de las aspiraciones de una entidad mayor: “el pueblo”. La ciudadanía significaba, además del derecho al voto (masculino), el derecho a la dignidad personal y a un nivel de vida apropiado.
Las repercusiones políticas de la crisis económica de 1929 afectaron profundamente a la población trabajadora de América Latina al surgir la industrialización por sustitución de importaciones, cambiando la manera de centrar la atención en los conflictos políticos y económicos.
En el terreno político se lanzó una ofensiva general contra la dominación oligárquica y los sindicatos debieron reorientarse de acuerdo con estos nuevos movimientos políticos.
Durante ese periodo los líderes socialistas ocuparon la posición dominante dentro del sindicalismo , sobre todo en los sindicatos ferroviarios. Pero también los comunistas lograron un avance importante en los sindicatos de la industria cárnica, la construcción, textiles y metalúrgicos.
Atrás quedaba la fase de un “sindicalismo heroico”, combativo y contestatario formado por inmigrantes de la Europa pobre, que venían huyendo del hambre pero también de las experiencias autoritarias en sus países de origen, y que trajeron consigo un rechazo casi genético a la autoridad y que protagonizaron reclamos organizados inéditos en el contexto latinoamericano como las huelgas de la Patagonia liderada por los anarquistas.
Cuando Perón asumió la Secretaria de Trabajo y Previsión en 1943, estableció una serie de derechos laborales y logro encolumnar a casi todos los sindicatos bajo el paraguas del estado.
La estrategia peronista consistió en hostigar a los sindicatos independientes (léase no peronistas), fundar sindicatos paralelos y utilizar la influencia del Ministerio de Trabajo para recompensar con aumentos salariales a los sindicatos peronistas. El precio pagado por los sindicatos fue la paulatina sumisión al estado y la señal más clara de esto fue la promulgación de los “derechos del trabajador” que no contemplaba el derecho a huelga.
Basta recordar el desmantelamiento de la red ferroviaria y el aumento del comercio regional en el Mercosur para encontrar a los primeros en el crecimiento del gremio de los camioneros; y el achicamiento del rol del estado para encontrar a los segundos, docentes y estatales. No es casual que la CTA haya surgido de allí.
A esta altura queda claro que el sindicalismo argentino no da puntadas sin hilo. A las clásicas concesiones, por cierto bien peronistas, como el monopolio de la conducción, el control de las obras sociales y el manejo de enormes recursos, surgieron otras nuevas de inspiración menemistas como la participación de los sindicatos en nuevos negocios: trenes, salud, aseguradoras de riesgo de trabajo, etc. Nacía el sindicalista-empresario negociador del sudor de sus representados.
Tras la crisis de los años 2001 y 2002 el país se puso en pie de movilización, se levantaron sus sectores más vulnerados, los pobres más pobres, los in-visibles. Por la misma época en el resto de Latinoamérica y antes también, surgieron los llamados movimientos sociales, que no son representados por ningún sindicato por la sencilla razón de no tener trabajo.
El panorama actual del sindicalismo  es más impredecible de lo que parece, por lo menos en su relación con “los peronismos”. kirchnerismo, hoy Cristinismo, es un fenómeno que según los analistas, no encaja en ningún parámetro de la ortodoxia sociológica y politológica y que no tiene parangón en ninguna parte del mundo.
Además de la escasa renovación en la dirigencia poco han implementado en sus estrategias que siguen siendo las viejas de colaboración o enfrentamiento. También mantienen sus viejas estructuras. En primer lugar un sindicalismo que, salvo excepciones, es verticalista, acumulador de poder, escasamente democrático, negador del rol de las minorías (esto incluye a las mujeres).
Desde los comienzos de la organización del movimiento obrero, el camino recorrido por los sindicatos ha sido sinuoso y no exento de escollos. Las conquistas obtenidas por los trabajadores inmensas. Mucho se ha conseguido, es verdad y también queda mucho por hacer; empezando por legitimar la ostentación del título de representantes de los intereses comunes de los trabajadores.
Nadie pone en duda que el sindicato es una categoría socio- histórica y que, como tal, sufre ambiguos procesos de formación y transformación a medida que hace su historia y se transforma la sociedad de la que es expresión parcial.
Forman parte de la historia de una sociedad concreta, que se encuentra a su vez en continuo proceso de cambio, y el contexto en que se desarrollan impone límites y restricciones a sus estrategias.
No se intentó en estas páginas poner en categorías de "bueno" y "malo" a los sindicatos ni a sus estrategias y formas de actuación. Sí poner en relieve, por un lado, la posibilidad de ver que en nuestro país han existido cambios sustantivos que fueron acompañados por actores sociales que, al mismo tiempo, y como si se tratara de una burla del destino, se han visto claramente perjudicados. Nos referimos al conjunto de los trabajadores y sus organizaciones.
Los costos políticos internos pagados por el sindicalismo  ha sido, creemos, demasiado alto: desafección de las bases, caída de la participación, desaparición de listas alternativas, baja participación en las elecciones. Costos que, por otro lado, presumimos, no se compensan con los beneficios que pudo haber obtenido.
Por otro lado creemos que sí hubieron dirigentes gremiales dispuestos defender el interés de sus representados, no por su “bondad”, sino por contar con canales abiertos de participación y discusión que hacen imposible la imposición unilateral de decisiones y estrategias.

BIBLIOGRAFÍA  ·      
·         “Historia Latinoamericana 1700-2005”.
Gallego, Eggers-Brass, Gil Lozano.
Editorial Maipue.
·         “Estudios sobre los orígenes del peronismo”
Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero.
Editorial siglo veintiuno editores Argentina.
·         “Historia de América Latina” “Política y sociedad desde 1930”
Leslie Bethell. Tomo 12.

 Editorial Cambridge University Press. Crítica.

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